por Jorge A González
EL LIBRO OCCIDENTAL debe su origen a cinco cosas básicas, sin las cuales, los libros no existirían tal como los conocemos. Esas cinco cosas son:
Si al menos una de estas cosas no hubiera existido, el libro que tienes hoy en la mano se vería completamente diferente.
En sus inicios, la civilización europea basó el sustento alimenticio en buena medida, en el jamón y el queso, por ser productos que podían ser conservados por períodos largos de tiempo, lo que permitÍa que las proteínas se almacenaran durante los gélidos inviernos, por lo que el consumo de ellos era alto. De cierta forma, sin esto, las sociedades urbanas en la mayor parte de Europa central simplemente no habrían subsistido fácilmente.
El queso es también la razón por la que tenemos libros de tapa dura. El alto consumo de queso significaba que las ovejas y las vacas hembras eran generalmente más valiosas que las machos, por lo que los jovenes machos eran sacrificados pues no valía la pena alimentarles durante el invierno. Sin embargo, las pieles de estos animales jóvenes se aprovechaba y se generalizó su uso para hacer vitela (o pergamino), dándonos así el material básico del libro europeo.
El pergamino tiende a doblarse y ondularse y no queda absolutamente plano como el papel. Por lo tanto, al encuadernar se prensaba entre pesadas tablas de madera para mantenerlo lo más plano posible; este es el origen del libro de tapa dura, que era en realidad un formato costoso, difícil de hacer y propenso a dañarse, pero protegía a los libros. Cabe mencionar que fuera de Europa, en lugares con climas menos extremosos, era difícil encontrar estos formatos. Es así como, en última instancia, el libro de tapa dura existe gracias al queso.
Sorprendentemente, solo hay cuatro orígenes independientes definidos de la escritura, de los cuales solo dos sobreviven hoy, y solo hay un alfabeto, que es el desarrollado por los fenicios, del cual derivan todos los demás, incluido el nuestro.
Una característica particular de un alfabeto (a diferencia de un silabario) es su capacidad de adaptarse y combinarse para representar sonidos e idiomas completamente diferentes. Esto sin duda fue importante para los fenicios, cuya civilización se extendió por miles de kilómetros de la costa mediterránea.
La civilización fenicia se extendió por estas vastas distancias costeras, al menos en parte, debido a la importancia económica de su industria de extracción de tintes. Un caracol de mar, Bolinus Brandaris, (conocido como Cañadilla o Murex trunculos) proporcionaba el codiciado tinte púrpura por el que eran famosos. Ese tinte sirvió también para teñir vestiduras de las clases superiores (emperadores, reyes y sacerdotes), siendo muy apreciado en la antigüedad y cuyo valor era más elevado que el oro. El tinte le trajo enorme riqueza y fama comercial a los fenicios.
Así que sin esos caracoles de mar, los fenicios no habrían contado con ese tinte, por lo que no se habría extendido tanto su civilización, ni se hubiera expandido el uso generalizado del alfabeto fenicio, del cual deriva el ABC de hoy. La falta de alfabeto significaría que no se habría generalizado el uso de tipos móviles (como en Asia, donde se probó, pero resultó ser inferior a la impresión con bloques de madera).
En resumen: las letras del libro que estás leyendo hoy en forma de alfabeto que permitieron la adopción casi universal de la imprenta de tipos móviles en Occidente, dependen de estos caracoles marinos.
En la antigüedad, los libros en Europa y el Cercano Oriente se escribían en tablillas o en rollos. La adopción de la forma de códice en los siglos II y III DC, coincidió con la expansión temprana del cristianismo y fue mucho más frecuente en los primeros textos cristianos que en los seculares.
Los motivos de esto no están del todo claros y todas las hipótesis son discutibles hasta cierto punto. Una idea basatante aceptada, es que el cristianismo fue difundido por predicadores proselitistas que podían sostener sus evangelios escritos en códice en una mano (un rollo requeriría dos manos), dejando la otra mano libre para gesticular. Además, para evitar deformaciones y cambios en los textos, era importante documentar y escribir esos textos evangélicos para poder ser leídos en forma similar siempre. Entre más gente se convertía al cristianismo, más códices fueron escritos.
Cualquiera que sea la razón, no hay duda de que la adopción de la forma del códice y su reemplazo casi total del formato de rollo en Europa y el Cercano Oriente coincidieron y estuvieron íntimamente ligados a la expansión temprana del cristianismo. Fue Jesús entonces, quien por añadidura, dio forma de libro a los libros que hoy conocemos.
Todos sabemos que la invención de la imprenta provocó una revolución cultural y social a partir de mediados del siglo XV. Pero esta revolución no habría sido posible sin la disponibilidad de papel como materia prima principal de libros e impresos. Parece increíble, pero la realidad es que sin ropa interior, no habría habido una disponibilidad generalizada de papel en esa época. Podemos afirmar, por raro que suene, que los libros en Europa se desarrollaron como lo hicieron, gracias a la ropa interior.
En los inicios, la fabricación de papel tradicional en Asia utilizaba las fibras internas de la corteza de las plantas, mientras que la fabricación de papel en Europa se desarrolló en líneas fundamentalmente diferentes debido a la ausencia en Europa de una fuente autóctona de pulpa como la morera de papel [Broussonetia papyrifera] tan extendida en Asia.
No fue sino hasta principios del siglo XIX que la producción de papel a partir de pulpa de madera se volvió técnica y comercialmente viable en Europa. Hasta entonces, el papel en Europa se fabricaba con trapos. Pero no cualquier trapo, pues los trapos para la fabricación de papel debían ser generalmente incoloros y estar hechos de lino, cáñamo o algodón. La mayor parte de la ropa estaba hecha de lana, y las telas de lana no se podían usar en absoluto para la producción de papel de trapo. Entonces, ¿cuál era el origen de los trapos de lino o algodón sin teñir? Principalmente, la ropa interior.
Si bien los esclavos usaban taparrabos, en particular en la antigüedad romana, fue solo a partir de la Edad Media que el uso de ropa interior se generalizó en todas las clases, específicamente braies (Los braies son un tipo de pantalón corto usado por las tribus celtas y germánicas en la antigüedad y por los europeos posteriormente en la Edad Media. En la Edad Media tardía se usaban exclusivamente como ropa interior) o calzones de lino para hombres y camisones de lino o camisolas para mujeres.
La clave de esto fue la disponibilidad de ropa de cama accesible que, a diferencia de la lana, era fresca y cómoda para la piel. El gran avance fue la invención en el siglo XIV de la rueca para el lino, que hizo obsoleto el hilado manual y resultó en un lino drásticamente más barato.
La ropa interior de lino, sin teñir y lavada con frecuencia (y por lo tanto propensa a desgastarse), era una fuente ideal de trapos para la fabricación de papel. Y la nueva disponibilidad de ropa de cama de bajo costo debido a la rueca coincidió exactamente con el enorme aumento de la demanda de papel en el siglo XV.
La impresión solo era económicamente viable debido a la disponibilidad de papel. Nunca se habría desarrollado en los siglos XV y XVI hasta convertirse en la gran industria europea, si el pergamino, enormemente costoso y difícil de trabajar, hubiera sido la única opción disponible.
Es así como la producción de papel fue viable gracias a la disponibilidad de trapos de lino. Y los trapos de lino existían -no exclusivamente, pero ciertamente sobre todo- porque la gente usaba ropa interior de lino.
Entonces, sin ropa interior, no hubiera habido trapos sin teñir, no habría papel, no habría habido impresión, y posiblemente no habría libros como los conocemos hoy.
De entrada, podemos afimar que la invención de las gafas hizo posible la fama de Gutenberg.
El invento de Gutenberg, y la expansión de la imprenta europea que le siguió, no fue solo una revolución tecnológica, sino también comercial. Y fueron precisamente las gafas que lo permitieron.
Antes de la imprenta, los manuscritos se producían, principalmente, de forma única y según las necesidades de contenido, extensión, formato y tamaño de letras. Pero la impresión en imprenta de tipos, implicaba producir y financiar ediciones completas, de cientos o miles de ejempares, por adelantado. Esto requería encontrar muchos compradores rápidamente, para que el impresor pudiera recuperar el desembolso de capital.
Desde el siglo XIII, la base de clientes de manuscritos se había expandido más allá de los círculos monásticos, clericales y cortesanos tradicionales, a estudiantes, eruditos y laicos, un proceso que resultó en una racionalización de la producción y cambios en la organización de talleres de escribas, que producían poco a poco mayores cantidades de libros. Todo esto resultó en la baja de los costos de producción.
El advenimiento de la imprenta no solo aceleró esto hasta dejar atrás los métodos anteriores, sino que hizo absolutamente imperativo vender libros a un mercado lo más amplio posible: la imprenta necesitaba clientes, ¡y muchos!, para ser comercialmente viable.
En ese entonces -tal como ahora-, el grupo demográfico clave para la compra de libros eran los hombres y las mujeres, de 40 años o más. Estas personas tenían una probabilidad muy alta de tener el tiempo libre para leer y la riqueza o el ingreso disponible necesarios para comprar libros.
Sin embargo, el problema -entonces como ahora- era que la mayoría de las personas mayores de 40 años ya no pueden leer cómodamente o incluso no pueden leer, debido a la presbicia natural, la hipermetropía relacionada con la edad, que inevitablemente viene con el inicio de la mediana edad.
La mayoría de los historiadores creen que la primera forma de anteojos fue producida en Italia por artesanos en Pisa (o Venecia) alrededor de los años 1285-1289. Estas lentes para leer tenían la forma de dos pequeñas lupas y se colocaban en monturas de metal o cuero, en equilibrio sobre el puente de la nariz.
La fabricación y el uso de anteojos se extendió rápidamente por Europa desde finales del siglo XIII en adelante. En 1301, existían normas gremiales en Venecia que regían la venta de anteojos. A fines del siglo XIV eran objetos comunes, ampliamente disponibles en todas partes.
Entonces, cuando Gutenberg instaló su imprenta en la década de 1450, su base de clientes, y la de los impresores que lo siguieron en las décadas posteriores, incluía y dependía del importante grupo demográfico de personas mayores de 40 años, quienes, gracias a los anteojos, podían leer cómodamente sus libros.
Por lo anterior, sin la existencia de los anteojos, Gutenberg habría tenido significativamente menos clientes, y dado que la economía de la impresión aquellos días estaba muy finamente equilibrada entre el éxito y el fracaso, quizás los clientes hubieran sido demasiado pocos para que su nuevo proceso fuera comercialmente viable.
Aun sin los fenicios, seguramente tendríamos un sistema de escritura. Por supuesto que lo tendríamos. Pero podemos afirmar lo siguiente:
Durante los siglos XVI al XIX, cuando los misioneros crearon sistemas de escritura para los pueblos indígenas de las Américas o Asia, casi siempre lo hicieron en silabarios o pictogramas, (aunque ellos mismos escribían con un alfabeto), pues un silabario es simplemente mucho más fácil y más natural de aprender.
La complejidad, el costo y la dificultad general de elegir y configurar el tipo para muchos cientos o miles de tipos diferentes, en lugar de las pocas docenas que tenemos, se puede entender fácilmente. Esta es la razón principal (aunque no la única) por la que la impresión de tipos móviles, aunque se desarrolló en China, Japón y Corea siglos antes que en Occidente (y se usó en Japón a fines del siglo XVI y XVII), nunca se impuso en la misma medida que en Europa. En los tres países se abandonó en gran medida con una reversión generalizada a la impresión en madera. China, Japón y Corea, que abandonaron los tipos móviles, continuaron utilizando la impresión en bloques de madera hasta la llegada de tecnologías como la litografía y los estereotipos en el siglo XIX.
En resumen, se puede trazar una línea desde el tinte-murex, a través del alfabeto fenicio, hasta el éxito único de la impresión de tipos móviles en Occidente; un éxito que no se repite de manera similar en ningún otro lugar, y nunca en los textos “no alfabéticos” que son la norma en Asia especialmente.
Para obtener más información sobre el papel que el queso y su elaboración han desempeñado en la civilización humana, desde la antigüedad más remota hasta la Edad Media y hasta la era moderna, lea el excelente libro “Cheese and Culture” de Paul Kindstedt.
Finalmente, después de lo expuesto, concluimos que Queso + Caracoles + Jesús + Ropa Interior + Gafas = Libro.
@jorge_jgb
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